sábado, 6 de agosto de 2011

Parte III

Comenzó entonces mi anímico progenitor a idolatrarme, diciendo que yo era tan noble, en tanto fingí emocionarme cuando acto seguido empieza a contar la historia del tiburón-serpiente, yo no sabía dónde meter mi cabeza, estaba tan avergonzada, los ojos de mi progenitor se llenaron de lágrimas.
Mi madre, en este punto, desafiando a sus sollozos, se las ingenió para alabar mi pasión por "las corridas de toros", mi padre tenía colgadas en el salón de estar cuadros de las mismas, diciendo que, desde que él tenía 12 años, podía contemplarlas por horas… "borracho" por aquellos virtuosismos del arte.
Un segundo más tarde, continuo hablando mi madre sobre mi increíble ingenio y belleza, mientras hacía ademanes con sus manos adornadas de joyas, les conto sobre las lecciones de prosodia que me enseño, recordaba que sentada con las piernas cruzadas sobre la alfombra del comedor, que había que ver con qué atención yo escuchaba sus enseñanzas, hasta marcar el compás con mis manos y piernas, de veras, era capaz de llevar el ritmo y los acentos.
Como era de esperar, mi padre me regalo el poema del tiburón-serpiente y un collar de diamantes enormes, mi madre me regalo una variedad de tortas untadas con mantequilla, y un manual sobre el arte del bordado a la inversa con 600 páginas. Al atardecer, cuando ya se estaban despidiendo, mi madre con ojos suplicantes, me pidió que los pensara todos los días, y que respondiera sus cartas con prontitud. Por mi lado, no me interesaba el intercambio de cartas, ni mucho menos incluirlos en mis pensamientos.
Espumosos eventos obscuros y femeninos: Coalición-creación de los heroicos hechos:
El colegio "La Fanciulle" estaba situado al interior de un antiguo palacio, con altos techos decorados de color marfil. Eran sus candelabros monumentales, hechos con barras de arco de bronce y colgadas elegantemente con cristales color violeta, brillaban ominosamente en las penumbras. Tenía amplios espacios, las paredes estaban cubiertas por papeles traslucidos y dorados, cuyos ribetes en los rincones de tonos añil claro, estaban barnizados hasta la mitad con esmalte de color violeta litúrgico, que contrastaba con los pisos de mármol, a menudo cortados por destacadas alfombras estilo oriental, tejidas de lana color amarilla oro, como en "Aladino" semioscuras, acompañada con cortinas de hoscos tintes cerúleos. Se cernía sobre el atmosfera barroca y decadente, al igual que en los tejidos cuidadosamente desgarrados, colocados en los maniquíes sin rostro, y el silencio invadido del lugar, contaminado por el tiempo, interrumpidas a menudo por risotadas que parecían provenir de la nada.